Un Solo Plato, Dos Disfraces: La Misma Mierda con Perfume Diferente
Un político y un farandulero comparten el mismo plato… igual que comparten el mismo guion. Este artículo revela, con sátira y humor negro, por qué la política y la farándula son la misma mierda con distinto perfume.
11/16/20252 min read


¿Se han puesto a pensar que la política y la farándula (ese mundo del espectáculo, del chisme y del show mediático), son dos frutos del mismo árbol? Comen en la misma mesa, usan los mismos cubiertos, se limpian con la misma servilleta y hasta beben del mismo plato.
En la farándula se acusan de haberse quitado la pareja, de ser infieles profesionales, ladrones, estafadores, de llevar doble vida y de mentirosos por hobby. Se insultan por redes como si fueran enemigos mortales; uno diría: “Estos dos se encuentra, y terminan en el hospital… público”. Pero cuando se encuentran son igualitos a ese chihuahua que ladra como el demonio a un perro enorme y, cuando le abren la puerta, se queda congelado como cualquier adulto irresponsable cuando le llega la notificación por no pagar la manutención.
Si lo analizamos bien, la política es exactamente lo mismo, solo que con saco y corbata. Las mismas acusaciones copiadas y pegadas como deber escolar.
Porque la política no es nada más ni nada menos que la farándula de los “intelectuales”: el espectáculo premium, la versión HD del ego con título universitario, y encuentros políticos que no sirven para absolutamente nada, solo para tener post en tus redes sociales.
Eres “poco sofisticado” si te entretiene ver cómo se despedazan en la farándula; pero eres “moralmente superior” si disfrutas ver cómo se despedazan en la política.
Eres “de mal gusto” si ves prensa rosa; pero eres un “ciudadano ejemplar” si ves entrevistas políticas.
Eres pobre si discutes si es mejor Laura en América o La Rosa de Guadalupe; pero eres un respetable cabrón si debates con el socialista científico y el capitalista sin dinero.
Al que le gusta el mundo político, le gusta también el bullicio y la huevadilla (como decimos en Ecuador). Nadie puede negarlo: esto es un show, un show político, con drama, fama y todo lo que una buena serie de Netflix necesita para enganchar al público, incluidos los amigues, las chiques, los amoríos homosexuales y las orgías juveniles interraciales.
La verdad, aunque duela como resaca moral, es que no vemos política: vemos un espejo que refleja exactamente lo que somos.
La política y la farándula son nuestros gladiadores modernos. Pan y circo para el pueblo. Nos tragamos el show porque el ruido nos hace sentir acompañados; y, en el fondo, somos animales con modales: necesitamos ver sangre para no enfrentar el silencio, porque el silencio nos obliga a ver lo aburridos que somos sin bulla. Por eso gritamos en el fútbol, cantamos en la iglesia y hacemos ruidos extraños durante el sexo, que se han bautizado como gemidos, porque así se escucha más sexy.
Y mientras seguimos discutiendo quién tiene la razón, el show continúa… porque somos parte del elenco.
Y en cuatro años, usted, estimado lector, tendrá que elegir si se queda del lado de la farándula o del lado de la política. Pero no se engañe: será la misma mierda, solo que con distinto perfume.