El país que se enamoró de empezar de nuevo
Cada cierto tiempo, Ecuador se despierta con la misma resaca y la misma receta: mezclar las sobras políticas, calentarlas con promesas, y servirlas como “refundación”.
11/3/20252 min read
El encebollado es malísimo, si lo comparamos con el placer casi sexual que siente un ecuatoriano cada vez que alguien pronuncia “Constituyente”.
Cada cierto tiempo, Ecuador amanece no solo chuchaqui, sino con la impresión de que una nueva Constitución brindará lo que el sentido común aún no puede.
Los políticos se excitan, los periodistas aplauden como las mamás cuando ven a sus hijos hacer una presentación feísima del Día de las Madres en la escuela.
Todo el mundo siente estar viviendo en un momento histórico en el cual se enterrará a la vieja política de una vez por todas; pero lo gracioso es que quienes la entierran, son los mismos que redactaron la actual Carta Magna, la cual, de remate, fue aprobada por el mismo pueblo que ahora quiere destruirla; es como cuando tu pareja que juró cuidarte y protegerte, te pone los cachos, luego te encama, y se va con la otra o el otro, y le jura exactamente las mismas pendejadas que a ti.
Hemos tenido más Constituciones que mundiales jugados, y en todas prometimos ser un país distinto. Pero seguimos siendo los mismos, solo que más expertos en ceremonias de reinicio.
No importa cuántas veces se falle (20 Constituciones en una historia de 200 años), el ecuatoriano promedio siempre termina creyendo que esta vez será la buena, la milagrosa, la definitiva, la que convertirá a Ecuador en una portada de la revista Atalaya. El ecuatoriano promedio ama la idea de cambiarlo todo, de reiniciarlo, siempre y cuando no implique cambiarse a sí mismo.
El país no necesita una nueva Constitución, necesita terapia. Queremos refundar el Estado con las mismas manos que lo pudren. Queremos un nuevo contrato social, escrito o dirigido por los mismos que la violentan a diario. El orgasmo que produce la palabra “nuevo”, porque suena épica, suena maravillosa, aunque la realidad sea como volver a empezar con tu ex tóxica. ¿Ilógico, verdad?
A veces me pongo a reflexionar y entiendo que Ecuador no es una república, ni siquiera una republiquita, es una escena de una película mal hecha, que se encuentra en un bucle, que se repite y repite.
No hay revolución, solo reciclaje moral con marketing constitucional, como una vez dijo un expresidente: ahora le llaman revolución a cualquier pendejada.
Y mientras discutimos sobre estos temas, el país sigue igual: confundido, endeudado, triste y con miedo.
¿Esta vez funcionará?
Claro, como la dieta que comienza desde el primero de enero.
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Con sentimientos de distinguida consideración.
Atentamente;
El Poeta Batracio

